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Entrevista a una egresada: Constanza Ternicier

A los 15 años, Constanza tomó un taller literario, para empezar a poner en papel parte del mundo que abrió en ella la lectura. Hoy, con dos libros a cuestas, con un máster en Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona y un doctorado en el área, la Alumni de Letras UC, se encuentra en Barcelona nuevamente, realizando un máster de Creación Literaria y sacando adelante un proyecto que vincula el suicidio con la escritura.

¿En qué momento decidiste que ibas a dedicarte a estudiar Letras Hispánicas? ¿Cómo tomaste esa decisión?

Primero estudié Sociología en la misma UC. Era una carrera que me gustaba mucho, sobre todo sus ramos teóricos, pero pronto me di cuenta de que no me motivaba ejercer como socióloga. Si bien podría haber hecho carrera paralela porque sin duda iba a resultar interesante seguirle la pista a la sociología, me incliné por lanzarme con todo a Letras. Me cambié por dentro. Me daba con una piedra en el pecho con la sola idea de estudiar una carrera que consistía básicamente en  leer, leer con mucha atención crítica, pero leer al fin y al cabo.

 ¿Qué significó tu paso por la Universidad Católica, y específicamente, por la Facultad de Letras?

En la Facultad conocí a gente que admiro muchísmo, profes y compis.  Algunas de estas personas son mis amigas y amigos hasta el día de hoy. Eso es lo más profundo que me dejó la universidad. Y su biblioteca, claro, aunque ahora como ex alumna no la puedo utilizar con tanta libertad como en esos años.

Estudiar aquí me ayudó a cultivar un rigor del que estoy muy agradecida. Encima llevo mucho años vinculada a este lugar: primero con Sociología, después con Letras y, finalmente, el Doctorado en Literatura. No solo es parte de mi biografía académica sino también de mi biografía sentimental.

El año pasado escribiste en Zenda «Memento Mori», donde te referías al período de cuarentena como una etapa que no ha dado tregua: «(…)No creo que la cuarentena nos dé una pausa de introspección capaz de hacernos conectar con una especie de verdad interior, mientras la naturaleza se libera tomándose su espacio. No creo en esas lecturas místicas y new agesobre un fenómeno biológico de consecuencias nefastas por incompetencia humana». Este año, viviendo en Barcelona, ¿sigues con esta misma sensación de desconsuelo y ponderando la crisis de esta forma?

Me parece que cuando escribí eso estaba bastante desconsolada. Veníamos de un estallido social que había removido todo: todo lo que era necesario remover. Y luego, con la pandemia, tuve la sensación de que nos volvíamos a entrampar en las mismas lógicas del capitalismo más feroz. Tuve esa impresión de gatopardismo: como que habíamos movido el cerco para hacer que las cosas cambiaran pero en el fondo la sociedad iba a seguir igual. Por otro lado, la gestión de la crisis estaba siendo un desastre: todavía vivimos las consecuencias de esa mentalidad que se pretende a largo plazo pero que en definitiva ha sido bastante corta de vista. Porque pareciera que nadie se detiene a reflexionar, nadie se permite parar un segundo a meditar. Estamos metidos en una vorágine del hacer, hacer y hacer. Producir, rápido, de forma instantánea y de modo cuantificable. No sé si ahora lo pondero mejor. Ha pasado muy poquito tiempo, necesito más distancia.

¿Qué es lo que más ha cambiado en tu rutina diaria con la pandemia? (tu noción del tiempo, tu dinámica de trabajo, tu inspiración, etc).

Qué buena pregunta y qué buenos los ejemplos. Creo que todo eso ha cambiado, aunque me cuesta atribuírselo únicamente a la pandemia. El cambio de ciudad ha modificado mi dinámica de trabajo y, sin duda, mi inspiración. Para venirme aquí, tuve que renunciar a mi trabajo en Chile. El teletrabajo se está instalando pero aún a medias: todavía no al modo de un ethos. Supongo que la relación de mutua confianza y respeto en la que habría de basarse aún no logra cuajar del todo. Ahora mismo, más allá de algunas colaboraciones puntuales que hago de edición y clases sueltas a las que me están invitando, mi trabajo hoy está siendo la escritura. Y ese tiempo que me estoy concediendo lo pago con mis ahorros. En cuanto a lo segundo, cualquier cambio sube la inspiración pero esa inspiración no llega a puerto sin trabajo. Lo del tiempo es probablemente lo más loco. Es como si transcurriera de otro modo. En Barcelona no estamos en confinamiento, pero sí hay toque de queda a partir de las 22 y la hostelería funciona hasta las 17 de la tarde. Eso altera los horarios de trabajo y ocio, a la vez que comprime el tiempo de un modo bastante curioso.

En el 2018, Constanza fue elegida dentro de los 100 Jóvenes Líderes, tras el reconocimiento internacional que tuvo su primera y segunda novela, «Hamaca» y «La trayectoria de los aviones en el aire«, respectivamente.  El diario El Mundo destacó su “extraordinario talento”, mientras que La Vanguardia la situó dentro de la “nueva generación de narradoras latinoamericanas”.

¿Cómo ha sido tu proceso creativo en los libros que has escrito?

En ambos casos fue arduo pero por distintas razones. Hamaca la empecé a trabajar como relato corto a partir de una re-versión de un cuento de Cheever. En ese momento estaba yendo al taller de Pablo Azócar y en el grupo me sugirieron que continuara explorándolo hacia una novela. Me tomó mucho tiempo (de nuevo el tiempo) darle una estructura narrativa, pero luego me atolondré al lanzarla y casi ni la edité: la ansiedad del primer libro. En su edición en Chile salió con muchos errores, pero como nunca me hicieron un contrato, en esta oportunidad esa mala práctica me dio la posibilidad de re-lanzarla en España con Caballo de Troya (sello de Penguin Random House) y eso me permitió un profundo trabajo de edición, que es una forma más de re-escritura. La trayectoria de los aviones en el aire, en cambio, nació de una necesidad vital y salió relativamente rápida, como un vómito, pero luego la edición fue lenta y profunda. Ahí estuvo Comba, una editorial barcelonesa.

Lo común a ambas es que me implicaron mucho, de un modo tal vez obsesivo. A mí me cuesta embarcarme en un proyecto así y combinarlo con otras cosas, pero tengo que aprender a hacerlo porque una no vive de escribir libros.

De manera -muy- resumida, ¿cómo definirías a las nuevas generaciones de narradores(as) chilenos(as)?

Me parece que es una generación lanzada, que se tira a la piscina con todo el ímpetu y entusiasmo. Eso me gusta. Por algo hay tantas y tantos narradores. No solo por los espacios que se han ido abriendo con las editoriales más pequeñas, sino también porque existe ese impulso y esa confianza. Aunque el campo literario sea pequeño y todavía bastante encorsetado, el impulso de las voces más jóvenes ha dado lugar a una estampida que asume muchos más riesgos y que se permite experimentar tanto con los temas como con el lenguaje de un modo re libre. Esa es la literatura que más me interesa: la de quienes conscientes de la tradición que nos precede no aspiran a parecerse a ella ni a superarla, sino que escriben con la pasión de vivir en el presente.

Me alegra, además, que haya más mujeres escribiendo. Esa presencia no solo es justa y permite una bibliodiversidad necesaria sino que re-sitúa genealogías literarias previas: el rescate de nuestra propia tradición de mujeres escritoras. Es destacable lo que ha hecho Lorena Amaro en conjunto con la Universidad Alberto Hurtado y su colección Biblioteca Recobrada, por ejemplo.

Si solo pudieras darle un consejo a un(a) escritor(a) que está empezando, ¿cuál sería?

Le diría que aproveche este impulso del que hablamos y se lancen, pero sin la ansiedad de publicar a toda costa o a la primera. El mejor consejo es leer y trabajar con prolijidad sus textos. Si es necesario pasar un día completo en un solo párrafo, que así sea. Y que escriba de lo que le dé la gana, sin dejarse determinar por prejuicios o modas. El espíritu de los tiempos y de la historia se le va a colar igual; eso es inevitable y necesario. Mientras más íntimo y suyo sea, más se lea una a sí misma como aconseja Mario Bellatín, más conectará con este tiempo y con todos los tiempos. Eso es lo bonito de la literatura.

¿A qué escritoras o escritores admiras?

Tengo una predilección por Uruguay, no sé de dónde viene: Delmira Agustini, Juan Carlos Onetti, Mario Levrero, Armonía Sommers, Daniel Mella, Fernanda Trías, Inés Bortagaray. Hay muchísimas(os) más que admiro, pero me cuesta listarlas(os). De Chile, le debo tanto a Pablo Azócar y Andrea Jeftanovic: como escritores y como personas que me han acompañado. También al vitalismo y la obra poderosa de Bolaño y María Luisa Bombal, pero a ellos ciertamente no los conocí. A la literatura norteamericana le debo bastante también. Últimamente ando media obsesionada con Anne Sexton y Sylvia Plath: eso tiene que ver con un proyecto que quiero sacar adelante y que vincula el suicidio con la escritura.

¿Cómo es el Chile que sueñas?

Sueño con un Chile donde el afecto forme parte de la política. Y me refiero a la política no en un sentido partidista, sino como eso que empapa toda nuestra vida. Un Chile con garantías sociales que nos asegure el derecho a vivir y morirnos sin angustia. Un país más abierto en todos los sentidos. Me refiero a la migración, a las identidad de género, de clase, con nuestros propios pueblos originarios (donde no están únicamente los mapuches). A la diferencia en general: a valorar el hecho de compartir con lo que no es igual a ti ni está situado en tus mismos horizontes. Es horroroso vivir en un país, que supuestamente es una comunidad, donde cada quien debe rascarse con sus propias uñas y está expuesto a situaciones de indignidad constantes. A mí me da miedo vivir en un país así y quiero confiar en que puede llegar a cambiar.

 

 

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